
Todos los profesores que me han dado clase en la Escuela de Arte tenían - y tienen - un ordenador portátil financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, dentro del programa Escuela 2.0 del PlanE.
El modelo es el Satellite Pro L300 de Toshiba, que ya no se fabrica. Un ordenador de excelentes prestaciones que en su día costaba 599 euros, algo más caro que su sucesor el Satellite Pro L450.
La información sobre la Escuela 2.0, aparte de su nombre tan oportunista, es ambigua. Según el Gobierno es "una oportunidad de situarnos entre los países más avanzados en el uso de estas tecnologías", para lo que se han dedicado 200 millones de euros.
El objetivo fundamental de dotar de un ordenador a cada docente - 20.000 ordenadores en total - es el de convertirlo en una herramienta para uso formativo en las aulas y fuera de ellas. Se supone que los profesores deben crear recursos didácticos que sean de utilidad para las materias que imparten; algo que, en artes gráficas - donde lo digital es lo básico - debería ser determinante.
Por desgracia, yo no he hecho uso de estas herramientas durante mis cursos en la Escuela de Arte. Recuerdo que una de mis profesoras del primer año abrió un aula virtual que actualizó tres veces, y luego la abandonó. Otro tipo utilizaba el portátil para proyectar fotografías de vez en cuando y los demás nos corregían algunos trabajos en formato digital.
A la hora de la verdad servía para que matasen el tiempo revisando su correo, su Facebook, su Messenger o escuchando música en Last FM, todo ello desde la plataforma que usted ha pagado. Así funciona una Escuela de Arte: el profesor manda algún tipo de trabajo y tú debes utilizar los antediluvianos ordenadores del centro para ir haciéndolo - y buscar en Google cómo narices hacerlo - mientras tanto, gracias a las nuevas tecnologías, el Estado ofrece al docente una forma innovadora de tocarse los huevos.
No creo que proyectar cuatro fotos y corregir un puñado de PDF justifique un desembolso de 600 euros por cabeza. No estoy diciendo que esta iniciativa esté mal, sólo que necesita algún control, algo que certifique que el ordenador está sirviendo para algo y que no es un simple regalo a costa del tesoro público. Si esto fuese así podría ser una herramienta poderosísima para los futuros diseñadores; para mí es tarde, mis profesores ya lo desperdiciaron, ojalá no sea así en promociones venideras.
imagen | iTech News Net
El modelo es el Satellite Pro L300 de Toshiba, que ya no se fabrica. Un ordenador de excelentes prestaciones que en su día costaba 599 euros, algo más caro que su sucesor el Satellite Pro L450.
La información sobre la Escuela 2.0, aparte de su nombre tan oportunista, es ambigua. Según el Gobierno es "una oportunidad de situarnos entre los países más avanzados en el uso de estas tecnologías", para lo que se han dedicado 200 millones de euros.
El objetivo fundamental de dotar de un ordenador a cada docente - 20.000 ordenadores en total - es el de convertirlo en una herramienta para uso formativo en las aulas y fuera de ellas. Se supone que los profesores deben crear recursos didácticos que sean de utilidad para las materias que imparten; algo que, en artes gráficas - donde lo digital es lo básico - debería ser determinante.
Por desgracia, yo no he hecho uso de estas herramientas durante mis cursos en la Escuela de Arte. Recuerdo que una de mis profesoras del primer año abrió un aula virtual que actualizó tres veces, y luego la abandonó. Otro tipo utilizaba el portátil para proyectar fotografías de vez en cuando y los demás nos corregían algunos trabajos en formato digital.
A la hora de la verdad servía para que matasen el tiempo revisando su correo, su Facebook, su Messenger o escuchando música en Last FM, todo ello desde la plataforma que usted ha pagado. Así funciona una Escuela de Arte: el profesor manda algún tipo de trabajo y tú debes utilizar los antediluvianos ordenadores del centro para ir haciéndolo - y buscar en Google cómo narices hacerlo - mientras tanto, gracias a las nuevas tecnologías, el Estado ofrece al docente una forma innovadora de tocarse los huevos.
No creo que proyectar cuatro fotos y corregir un puñado de PDF justifique un desembolso de 600 euros por cabeza. No estoy diciendo que esta iniciativa esté mal, sólo que necesita algún control, algo que certifique que el ordenador está sirviendo para algo y que no es un simple regalo a costa del tesoro público. Si esto fuese así podría ser una herramienta poderosísima para los futuros diseñadores; para mí es tarde, mis profesores ya lo desperdiciaron, ojalá no sea así en promociones venideras.
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