19.9.10

los ordenadores de la Escuela 2.0


Todos los profesores que me han dado clase en la Escuela de Arte tenían - y tienen - un ordenador portátil financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, dentro del programa Escuela 2.0 del PlanE.

El modelo es el Satellite Pro L300 de Toshiba, que ya no se fabrica. Un ordenador de excelentes prestaciones que en su día costaba 599 euros, algo más caro que su sucesor el Satellite Pro L450.
La información sobre la Escuela 2.0, aparte de su nombre tan oportunista, es ambigua. Según el Gobierno es "una oportunidad de situarnos entre los países más avanzados en el uso de estas tecnologías", para lo que se han dedicado 200 millones de euros.

El objetivo fundamental de dotar de un ordenador a cada docente - 20.000 ordenadores en total - es el de convertirlo en una herramienta para uso formativo en las aulas y fuera de ellas. Se supone que los profesores deben crear recursos didácticos que sean de utilidad para las materias que imparten; algo que, en artes gráficas - donde lo digital es lo básico - debería ser determinante.

Por desgracia, yo no he hecho uso de estas herramientas durante mis cursos en la Escuela de Arte. Recuerdo que una de mis profesoras del primer año abrió un aula virtual que actualizó tres veces, y luego la abandonó. Otro tipo utilizaba el portátil para proyectar fotografías de vez en cuando y los demás nos corregían algunos trabajos en formato digital.

A la hora de la verdad servía para que matasen el tiempo revisando su correo, su Facebook, su Messenger o escuchando música en Last FM, todo ello desde la plataforma que usted ha pagado. Así funciona una Escuela de Arte: el profesor manda algún tipo de trabajo y tú debes utilizar los antediluvianos ordenadores del centro para ir haciéndolo - y buscar en Google cómo narices hacerlo - mientras tanto, gracias a las nuevas tecnologías, el Estado ofrece al docente una forma innovadora de tocarse los huevos.

No creo que proyectar cuatro fotos y corregir un puñado de PDF justifique un desembolso de 600 euros por cabeza. No estoy diciendo que esta iniciativa esté mal, sólo que necesita algún control, algo que certifique que el ordenador está sirviendo para algo y que no es un simple regalo a costa del tesoro público. Si esto fuese así podría ser una herramienta poderosísima para los futuros diseñadores; para mí es tarde, mis profesores ya lo desperdiciaron, ojalá no sea así en promociones venideras.

imagen | iTech News Net

el problema de la metodología proyectual

Mi gran pasión en esta vida es la escritura, y dentro de ella, con el paso de los años, he llegado a reconocer una realidad para mí evidente: no existe un método de creación literaria. Es decir, no hay un mecanismo predeterminado, no existe el “cómo escribir una novela, paso a paso” aunque muchos escritores fracasados vendan la idea contraria.
Cada autor simplemente tiene sus trucos, unos escriben pequeños párrafos hasta que juntan un libro entero, otros crean un complicado esqueleto y lo van desarrollando, otros se inspiran en sueños y los hay que se basan en lo que les pasa día a día. Algo que puede aplicarse al diseño gráfico.

En la Escuela de Arte me han estado enseñando durante años a basarme en metodologías proyectuales normativas, es decir, los mecanismos de creación utilizados por los grandes autores. El principal es Bruno Munari, apto para el diseño industrial y, en general, para todas sus ramas; en el ámbito español se pasa por encima sobre Óscar Mariné y, para la señalética, se trabaja a partir de la teoría de Joan Costa.

Conocer estos procesos está muy bien y es muy necesario para cualquiera que vaya a dedicarse a las artes gráficas porque debe comprender el trabajo de los grandes, pero lo que no es en absoluto razonable es que se enseñe, como se me ha insistido a mí, que dichas metodologías son poco menos que la Biblia y que, para diseñar, tienes que seguirlas - sobre todo la de Munari - a rajatabla y sin moverte un solo paso de cada uno de sus puntos.

La realidad es que cada autor, desde el más importante hasta el más humilde, tiene al final su propia estrategia, su forma de inspirarse, recabar - o no - información sobre un proyecto, bocetarlo y desarrollarlo. Al enseñarnos que el método de los grandes nombres son ley universal pretenden convertirnos en clones y demuestran que, ciertamente, muchos miembros de la docencia llevan años sin diseñar nada, o tal vez nunca han diseñado o simplemente no tienen ni idea de cómo se plantea un proyecto de diseño.

Defender un proyecto

En diseño gráfico - sobre todo a nivel académico - es muy corriente la costumbre de exponer los proyectos, explicarlos ante un tribunal o, en el mundo de la empresa, mostrárselos al cliente.
En las Escuelas de Arte esto se convierte en algo realmente obsesivo, hasta el punto de que una parte importante de la nota de cada proyecto - suficiente para distinguir entre un aprobado o un suspenso - se basa en la calidad de la exposición; en el Ciclo Formativo de Gráfica Publicitaria, por ejemplo, una parte importantísima de la nota del Proyecto Final se basa en la presentación realizada ante el tribunal de evaluación.

Aunque esto es patrimonio principalmente de las artes gráficas, también afecta al mundo de las bellas artes. En mi opinión es uno de los clavos que cierran el ataúd de las artes plásticas. Lo importante, pues, no es ya que tu obra sea buena, que domines la técnica, que cumplas los objetivos: tienes que "defenderlo".
Así, buenos trabajos caen en el olvido y auténtica basura se encuentra en los museos. Yo puedo romper una lata de coca-cola y venderla como una obra de arte si sé "defenderla" - esa estupidez que inventó la crítica y que tanto se propugna en las Escuelas de Arte -.

Tengo compañeros que manejaban a la perfección la técnica acrílica, así como conocían la anatomía, la teoría del color o la geometría del paisaje, pero buenos trabajos que hubiesen merecido una nota alta fueron suspendidos porque, a la hora de "defenderlos", no supieron hacerlo. Incluso he llegado a tener que redactar memorias proyectuales sobre una fotografía o sobre un cuadro, buscando documentación innecesaria.
A la hora de crear un logotipo, por ejemplo, no importa que éste funcione, sino que saques información de cinco mil sitios o leas atentamente sobre la historia de los fenicios si pretendes anunciar un hotel en Huelva.

Esto, que se promulga diariamente en las Escuelas de Arte, donde no se enseña a diseñar sino a parlotear - educación estúpida para una sociedad estúpida - es una muestra más de la muerte de las bellas artes en el siglo XXI. El arte deja de ser importante por sí misma, lo importante es cuántas palmaditas vayamos a recibir en la espalda.

2.9.10

los concursos de diseño y el intrusismo

Quienes lean esta entrada me acusarán de llegar tarde, no sin razón, pero aunque se trata de un tema relativamente antiguo me parece muy interesante mencionarlo y reflexionar sobre él porque sigue siendo muy actual.

Hace tres años el Gobierno de España lanzó un concurso público abierto para la creación de su propio logotipo - alucinante que las bases estuvieran escritas ni más ni menos que en Comic Sans -.

En aquellos momentos apareció un manifiesto de escasa difusión en el que varias asociaciones de profesionales del diseño españoles, entre ellos el Centro Regional de Diseño de Castilla-La Mancha y el DIMAD, se quejaban amargamante sobre esta iniciativa de las autoridades:

"Los concursos abiertos perpetúan la idea del diseño como una cosa meritoria, como si estas convocatorias fueran un concurso de talentos artísticos, en lugar de prestar atención al planteamiento del problema y el proceso como profesionales".

Señores de las asociaciones profesionales de diseño, lo único que puedo decirles es: ¿les molesta que los trabajadores jóvenes y/o no titulados tengan una puñetera posibilidad de encontrar alguna vez reconocimiento económico o público a su actividad? ¿Les molesta que puedan los diseñadores noveles labrarse una carrera profesional y tener alguna oportunidad a la hora de aspirar a un puesto de trabajo estable y bien remunerado?

Porque lo que obvian estos señores en su manifiesto es que para los jóvenes los concursos abiertos se han convertido en casi la única manera exclusiva de trabajar en diseño aunque sólo sea un poquito. Si todas las empresas que, por otra parte, son las que patrocinan estas asociaciones, solicitan experiencia y jamás contratan aprendices, ¿qué otra salida les queda a éstos que participar en los tan denostados concursos abiertos?
Si todo aquel que no haya logrado sellar un papelajo demostrando que ha perdido su tiempo y dinero en una Escuela de Arte - cualificación técnica, lo llaman - no puede acceder bajo ningún concepto a una empresa del sector, ¿qué otra cosa podrá hacer que aventurarse a los concursos de talentos?

Estos señores han creado su gueto de trabajo cualificado - por ponerle un nombre - y se quejan ante cualquier intento de las bases por abrirse un camino en el mercado laboral. A eso le llaman intrusismo. Yo le llamo buscarse la vida, porque para la mayoría de nosotros no hay otro camino.

También es notable en este manifiesto la total ausencia de coherencia. Pues mientras el Centro Regional de Diseño de Castilla-La Mancha firmó la diatriba, al mismo tiempo tiene en su web corporativa una sección dedicada a publicar convocatorias públicas, muchas de ellas abiertas. Pero no sólo eso, sino que incluso han llegado a promocionar en su portada el portal Guerra Creativa, que debería ser para ellos el templo del intrusismo.

Como vemos, las asociaciones de diseño y los colegios profesionales, como todas las catacumbas corporativistas de este país, dicen una cosa y luego hacen la otra, y lo único que quieren es proteger sus privilegios y pretender que la sociedad y el Gobierno les libren de la - para ellos incómoda - ley de libre competencia. Para muestra:

"Sea como sea, es imprescindible que todo concurso sea regido por unas bases que fijen las reglas del juego, que ayuden a definir el proyecto por parte de la entidad convocante y que protejan al profesional de posibles irregularidades".

"Reglas del juego", dicen. ¡Como si trabajar fuera un juego! Luego la clase docente y los confereciantes se llenan la boca hablando de la profesionalidad. ¿Qué tiene de profesional tomar tu mercado como un juego? Yo lo llamo proteccionismo: lo que solicitan, sencillamente, es que las autoridades oficialicen el veto a los nuevos profesionales para que estos señores puedan seguir dominando el sector porque les preocupa que internet otorgue un poco de oxígeno a los diseñadores noveles.

contacto

javier . pozo . solera @ gmail . com